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Las reformas y la Televisión Pública*

Por José Luis Peralta Higuera

“Los fundadores de la BBC creyeron que la radiodifusión podía transformar al mundo y convertirlo en un mejor lugar. La intervención pública debía asegurar que su sorprendente poder creativo –que enriquece los conocimientos del individuo; su cultura y la información sobre la sociedad en la que vive, y que puede contribuir a formar comunidades integradas que en Reino Unido y en el mundo entero definan lo que son y lo que desean conquistar– se ponga a trabajar para el único beneficio de la sociedad…” (BBC, 2004:5).


Si ha sido pertinente destacar la cita anterior es porque la reflexión que entrega resulta un parámetro oportuno ante el debate que se ha desatado en las redes sociales acerca del control de la información y la libertad de expresión, y las adecuaciones a la legislación secundaria que tiene ante sí el Congreso de la Unión relativas al establecimiento de un organismo público con autonomía técnica, operativa, de decisión y de gestión, cuyo objeto es justamente el suministro del servicio de radiodifusión con caracter público.


El inciso V, fracción B del Artículo 6º del decreto por el que se reforman y adicionan diversas disposiciones de los artículos 6o., 7o., 27, 28, 73, 78, 94 y 105 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en materia de telecomunicaciones (reforma Constitucional), establece que:


“...

V. La ley establecerá un organismo público descentralizado con autonomía técnica, operativa, de decisión y de gestión, que tendrá por objeto proveer el servicio de radiodifusión sin fines de lucro, a efecto de asegurar el acceso al mayor número de personas en cada una de las entidades de la Federación, a contenidos que promuevan la integración nacional, la formación educativa, cultural y cívica, la igualdad entre mujeres y hombres, la difusión de información imparcial, objetiva, oportuna y veraz del acontecer nacional e internacional, y dar espacio a las obras de producción independiente, así como a la expresión de la diversidad y pluralidad de ideas y opiniones que fortalezcan la vida democrática de la sociedad.


El organismo público contará con un Consejo Ciudadano con el objeto de asegurar su independencia y una política editorial imparcial y objetiva. Será integrado por nueve consejeros honorarios que serán elegidos mediante una amplia consulta pública por el voto de dos terceras partes de los miembros presentes de la Cámara de Senadores o, en sus recesos, de la Comisión Permanente. Los consejeros desempeñarán su encargo en forma escalonada, por lo que anualmente serán sustituidos los dos de mayor antigüedad en el cargo, salvo que fuesen ratificados por el Senado para un segundo periodo.


El Presidente del organismo público será designado, a propuesta del Ejecutivo Federal, con el voto de dos terceras partes de los miembros presentes de la Cámara de Senadores o, en sus recesos, de la Comisión Permanente; durará en su encargo cinco años, podrá ser designado para un nuevo periodo por una sola vez, y sólo podrá ser removido por el Senado mediante la misma mayoría.


El Presidente del organismo presentará anualmente a los Poderes Ejecutivo y Legislativo de la Unión un informe de actividades; al efecto comparecerá ante las Cámaras del Congreso en los términos que dispongan las leyes.

...”


El pasado 24 de marzo, el Presidente Enrique Peña Nieto envió al Congreso de la Unión la iniciativa de decreto por el que se expiden la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión y la Ley del Sistema Público de Radiodifusión. En este contexto, es útil retomar la experiencia que en otros países se ha tenido respecto de la creación y operación de los medios públicos electrónicos, así como la relevancia que socialmente se le ha otorgado a este tipo de organismos.

En efecto, la definición que la BBC establece sobre la funcionalidad de la radiodifusión pública remite tanto a la capacidad creativa, innovadora por necesidad y cultural por naturaleza, que desde siempre ha tenido la televisión y que en la actualidad se acrecienta, como a la conversión de ese enorme potencial en capacidad transformadora, en plataforma flexible que coadyuve en el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos y de la colectividad nacional.


Más a la necesidad social de operar una televisora de naturaleza pública, se adiciona también el requerimiento de modernización tecnológica que hoy permea a la totalidad del ecosistema mediático. La interactividad propia de las redes de telecomunicaciones y su aprovechamiento para el acopio, intercambio y aprovechamiento de contenidos, implica que el ciudadano conectado pueda seleccionarlos con libertad, y elegir los que mejor cubran sus expectativas culturales, de ocio, o de aprendizaje y formación. Para algunos autores, esta individualización del consumo cuestiona la existencia misma del servicio público de radiodifusión, porque en el mercado se encuentran ya alternativas suficientes y diversas que están al alcance de todos. Y tal facilidad rompe el rol habitual de la televisora pública en tanto agente de redistribución en el intercambio simbólico, y por lo mismo con el encargo de facilitar que todos los ciudadanos obtengan contenidos adicionales y diferentes a los que el programador privado selecciona y que se pliegan al intercambio económico. Si la oferta se ha ampliado y crece inclusive en forma exponencial, esa intervención ya no tiene sentido porque el mercado ahora la realiza, y con mayor certeza además. La preferencia de los jóvenes hacia las propuestas de las televisoras privadas y el consumo en la red, es ejemplo estadístico de ello (Mastrini, 2011:3).


Frente al universo comercial, igual se añade, si acaso la función de la radiodifusión pública es ahora corregir las posibles fallas de mercado y cultivar una intervención precisa, que mantenga su función redistributiva en segmentos sociales muy específicos, y asimismo en situaciones de coyuntura. El adelgazamiento del papel social de la televisora pública es incluso recomendable por el impacto económico que genera su funcionamiento, mismo que puede llegar a generar una inflación de costos por la competencia que se establece con el emisor privado. Por estas razones, que algunos especialistas describen incluso como la crisis de la televisión pública (Sampedro Blanco, 2003), parecía que sus días estaban contados y ya quedaría el paso franco a la preeminencia del mercado en la radiodifusión.


No obstante, la visión anterior encuentra su cuestionamiento justo al considerar el propio entorno digital, donde se genera cotidianamente aquella enorme oferta de contenidos accesibles en las televisoras comerciales y en la red. A la inversa de las líneas argumentales anteriores, estudiosos reconocidos de la comunicación como Jesús Martín Barbero, reafirman la titularidad de las televisoras públicas por su esencial diferencia respecto al abundante suministro que llega de todos lados. El especialista afirma entonces que:


“… justamente por la fragmentación que introduce el mercado, se hace más necesaria una televisión que se dirija al conjunto de los ciudadanos de un país, que contrarreste en la medida de lo posible la balcanización de la sociedad nacional, que ofrezca a todos los públicos un lugar de encuentro, así sea cambiante y precario, que permita a los que lo quieran poder enterarse de lo que gusta a la mayoría cuando ésta no se define por el rasero del rating sino por algunos gustos y lenguajes comunes, como los que proporcionan ciertos géneros televisivos en los que convergen matrices culturales y formatos industriales” (Barbero, 2002:18).


La concurrencia social que se describe; el significado de identidad que subyace en encontrarse con el otro, y el compartir intereses y más aún anhelos y expectativas, son metas deseables, empeños codiciados y afanes ciudadanos que deben nuclear el nacimiento de la televisión pública de este siglo XXI, que en México vendría a sumarse a la actual reivindicación del liderazgo del Estado y de su función comunicativa como vector de conducción nacional y del interés público como eje vertebrador de la misma, ante la fragmentación irreversible que, aunque deseable, deja este hueco insondeable si no es a traves de esta visión de servicio público que ya plantea la reforma Constitucional.


Ante la fragmentación de las audiencias provocada por la implementación de nuevas tecnologías y la facilidad que estas brindan para personalizar productos y servicios, surge la necesidad, más urgente aún que antes, de establecer medios públicos que funcionen como pegamentos, que propicien espacios comúnes para toda la sociedad, que concreten sus conquistas sin que limiten sus derechos.


Pero alimentar y concretar tales propósitos no es tarea fácil, sino al contrario se evidencia con una complejidad de no fácil desahogo. De hecho, como por ejemplo explica Arroyo[1], la televisión pública en América Latina se encuentra hoy en proceso de redefinición, en el intento de encontrar respuesta a un conjunto de interrogantes aunque "extraordinariamente simples en el papel" (2013), de trascendencia social porque la penetración que logra el servicio[2]puede y debe aprovecharse para algo más que el anuncio de bienes y servicios. Urge entonces determinar de inicio los tipos de financiamiento. ¿Quién paga? ¿Cuotas, subvención pública, publicidad, o bien una combinación virtuosa e incluso inédita de estas modalidades? La réplica no es caso simple ni ocioso porque tener una televisión con audiencia no es barato. "La mítica BBC le cuesta a cada hogar británico unos 180 euros (233 dólares de EU); la televisión francesa unos 125, y la alemana 228 euros al año (282 dólares)", agrega Arroyo.


El segundo conjunto de preguntas refiere al control y acceso del medio. ¿Quién controla su funcionamiento? ¿La ciudadanía o su representación? Y en este caso, ¿cuál es la influencia del gobierno? ¿Acaso será de control y censura o bien sin límite alguno? ¿Dónde se anida el interés público y dónde se cruza con los propósitos de informar que todo gobierno abriga?


Si bien una respuesta atinada a estas preguntas habrá de facilitar la estructuración y el funcionamiento de una sistema público de radiodifusión, en el tercer grupo de interrogantes se manifiesta la inquietud básica, cualitativamente distinta: los contenidos y la programación. "¿Debe una televisión pública limitarse a ofrecer información y programación de servicio público, destinada sólo a minorías, con el peligro de convertirse en un servicio menor que sólo interesa a una minoría? ¿O podría, en el otro extremo, competir de lleno con los canales comerciales ofreciendo programas de amplia audiencia aunque no tengan ningún contenido ni cívico ni formativo?", inquiere Arroyo en este apartado.


La tradición de la televisión pública -o las mejores prácticas del servicio, para expresarlo en los términos de hoy- señala que los contenidos a transmitir deben cumplir por lo menos cuatro distintivos. Debrett (2009) reafirma esta apreciación y reconoce al servicio universal como el primero de ellos, es decir, el libre acceso de todo individuo y grupo social a la programación de la emisora. Es aquí donde cobra gran relevancia el programa de migración a la Televisión Digital Terrestre, que pretende dotar a la población menos favorecida de equipos receptores en todo el país. En segunda instancia, la independencia editorial del medio; la diversidad de fuentes de información y de géneros programáticos, y el pluralismo de opinión, cualidades todas que habrá de reflejar y mantener la autonomía de la emisora respecto al poder. Seguidamente, los materiales deben fomentar y promocionar la identidad, los valores y la cultura nacionales, incluyendo la propia de las minorías y de todos los grupos sociales representativos. Finalmente, la estación pública debe generar y proponer una televisión de calidad, con lo cual sus parámetros de programación no necesariamente se rigen por criterios comerciales y para la satisfacción de las audiencias masivas.



El acuerdo sobre este deber ser en cuatro polos del servicio público de radiodifusión seguramente es unánime[3]. Sin embargo, ¿cómo aterrizar tales propósitos? ¿De qué asidero articularles para que se concreten en forma cotidiana? ¿Bajo qué estructuras balancear una y otra finalidad? En suma, ¿cómo hacerlo? ¿Qué desarrollar en lo inmediato?

El recuento internacional contribuye a forjar el juicio propio. Y para atender los interrogantes señalados respecto a los contenidos, puede evocarse la praxis de las televisoras públicas que recrea la figura del agente curador en una exposición artística, mismo protagonista que interactúa con la obra del creador para conocerla e interpretarla, seleccionarla y finalmente presentarla en su contexto social para el disfrute de terceros. En esta lógica, la televisora produce directamente los materiales audiovisuales adecuados al cumplimiento de sus objetivos de servicio público, y complementa su programación mediante la dictaminación y elección de contenidos que se adquieren de operadores terceros, ya independientes del propio país o del exterior. Los acuerdos, alianzas y compra de programación que cada organismo desarrolla en forma habitual, cumple cabalmente esta función, cuyo acierto depende entonces del acierto, conocimiento y sensibilidad con que los programadores interpreten el gusto y el interés público. Así, la entidad televisiva estructura su parrilla programática y evalúa la aceptación de la audiencia a su propuesta temática para confirmarla en el tiempo, o bien para iniciar de nuevo el proceso.


Esta primera funcionalidad, habitual ya para cualquier televisora pública, se complementa con otros mecanismos innovadores de producción televisiva que ha experimentado la misma BBC. De inicio, desde el 2004, la emisora se asume como entidad productora de valor público, esto es decir creadora de activos cuya finalidad es soportar a la ciudadanía, colaborar y favorecer su capacidad para un mejor entendimiento del mundo que lo rodea y para su mejor desarrollo en ese contexto socioeconómico particular. Para ello, la televisora reproduce el esquema de producción señalado, más éste no es el único medio a su alcance. En respuesta al mandato del órgano regulador británico, Ofcom, ha estructurado un sistema de cuotas de pantalla, con el cual se ha establecido equilibrio entre la propuesta directa de la televisora, y otros agentes productores cuya participación ha traído frescura a la oferta audiovisual porque trata una temática amplia y variada, de orientación, formación e incluso de entretenimiento, para el consumo del ocio, que provoca tanto la reflexión y el hacer como actitud permanente ante el mundo y su interpretación, como el sentimiento lúdico y la relajación de disfrutar a plenitud la realidad que se vive.

Las cuotas de pantalla que estructura la programación de la BBC incorporan la producción independiente, y también las complementa con un esquema que en mucho recuerda la conceptualización de la llamada televisión de proximidad. Desde el año 2003 la televisora debe incluir productos independientes hasta en un 25% del tiempo, mientras que el resto debe ser confección original de la BBC. Desde el 2007, de ese 75% del tiempo de pantalla total, un 25% se maneja mediante la iniciativa designada como Ventana de Competencia Creativa para Televisión, fórmula que permite a creadores independientes el competir con la televisora pública por un lugar en la programación cotidiana. Una empresa privada -desde el 2008 la reconocida consultora Pricewatershouse Cooper- se encarga de todo el proceso de selección y dictaminación, apoyándose en ocasiones en el conjunto de creadores que intervienen en la experiencia. Según el informe respectivo del 2013, la fórmula estimula la innovación, puesto que al establecerse un entorno competitivo cada parte trata de superar a los demás mediante contenidos cada vez de mayor calidad, más certeros en su apreciación e interpretación del entorno donde se generan. Y con ello todos ganan, según BBC.


Los esquemas que se han referido son parámetros atractivos de producción de contenidos para el servicio público de televisión. Se les ha mencionado no porque se considere que baste replicarlos para obtener sus ventajas en automático, como trasplante solamente. Cada estado es distinto y cada uno debe concebir y patentar su propia experiencia. Son sólo ejemplos importantes, correlaciones de caminos ya andados, que igual deben tener dificultades, aunque éstas no se resalten como sus logros y alcances.


Sin embargo, si la televisora pública debe rescatar a la sociedad para mejor servirla, el desarrollo de proveedores audiovisuales parece ser una vía inteligente y fundamental. Es indispensable en efecto el promover que la comunidad huésped de la televisora participe en su manifestación no como actor pasivo que recibe, sino como protagonista dinámico que interactúa en el espacio televisivo porque interviene en el proceso de concepción y creación del contenido; en su realización y promoción, y asimismo en la crítica del propio espacio y de sus productos, en una clara relación dialógica donde la interlocución es parte inherente de toda la gestión televisiva. Lograr estos propósitos, con producciones de altura o con cuotas de pantalla, debe ser la convocatoria a satisfacer por el nuevo organismo que apenas nace en su definición simiente. Y aunque apenas esté por iniciar su trazado propio, se espera que justo emerja del sentir ciudadano. Y para reafirmarlo, un último dato: según el reporte anual de Ofcom del 2011, los británicos dedican 2.4 horas al servicio público de televisión, tiempo 0.1% menor al registrado en 2010. De los televidentes asiduos, sin embargo, el 80% valora muy alto la confiabilidad de sus noticieros y está satisfecho con la programación. Ante tales cifras, los programadores de BBC seguramente pueden dormir tranquilos. Esperemos que la televisora pública que viene para México logre esa respuesta. Y con ello, que sus programadores igual puedan conciliar el sueño.


* Basado en artículo del autor, publicado en la revista Este País en mayo del 2013.


Bibliografía


Arroyo, L. (2013). Televisión pública en América Latina: las tres preguntas que todos nos debemos hacer. En:

http://blogs.worldbank.org/latinamerica/es/televisi-n-p-blica-en-am-rica-latina-las-3-preguntas-que-todos-nos-debemos-hacer Fecha: 10 de abril.

Barbero, J.M. (2011). "La única salida: una televisión pública". Entrevista en: etcétera, agosto.

British Broadcasting Corporation (BBC). (2004). Building public value. Renewing the BBC for a digital world. En:

http://downloads.bbc.co.uk/aboutthebbc/policies/pdf/bpv.pdf Fecha: 8 de abril de 2013.

Carrera, A. (2012). "Ciudadanizar los medios: a la búsqueda de escalas, canales y mecanismos". En Razón y Palabra, No 80; Agosto-Octubre.

Debrett, M. (2009). "Riding the wave: public service television in the multi-platform era". En: Media, Culture & Society. Vol. 31; No 5; mayo.

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). (www). Hogares con equipamiento de tecnología de información y comunicaciones por tipo de equipo, 2001 a 2012. En: http://www.inegi.org.mx/sistemas/sisept/default.aspx?t=tinf196&s=est&c=19357 Fecha: 13 de abril de 2013.

Mastrini, G. (2011). La inmaculada concepción de los medios latinoamericanos en crisis. En:

http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-47/la-inmaculada-concepcion-de-los-medios-latinoamericanos-en-crisis Fecha: 8 de abril de 2013.

Sampedro Blanco, V. (2003). "Identidad y medios nacionales en la diáspora". En: Sampedro Blanco (ed). La pantalla de las identidades. Barcelona, Icaria Editorial. (Colección Sociedad y Opinión).

Tajonar, H. (2013). "Competencia, calidad y responsabilidad". En: Proceso, No 1900; 31 de marzo.

Torres, M. (2012). "Británicos, 'altamente' satisfechos con su TV pública". En: Mediatelecom; 4 de julio.


1 En coautoría con Martín Becerra, Ángel García Castillejo y Óscar Santamaría, Luis Arroyo publicó en 2012 el libro Cajas mágicas: el renacimiento de la televisión pública en América Latina. La aportación se constituye no sólo como una investigación sobre el tema en el continente, sino también por determinar las rutas que cada país ha tomado para resolver su propuesta propia. Por este antecedente y por la amplia experiencia del autor, se considera que su opinión es relevante.

2 En México, según información del Módulo de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de las Tecnologías de Información en los Hogares, en el 2012 el 94.9% del total de hogares se disponía de por lo menos un aparato receptor de televisión. Cfr. Inegi, www.

3 Ver por ejemplo lo que Tajonar escribe a propósito de la televisión nacional de Estado, como la define: "... evitar que se convierta en una televisora oficial, sujeta a los caprichos del presidente y del gobierno en turno. Los paradigmas de televisión de Estado son claros: BBC y PBS. A eso debemos aspirar" (2013:43).

 

Publicado originalmente en la revista ETCETERA en mayo de 2014. Autor: José Luis Peralta H. y Enrique Quibrera M.

 
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